Entender el momento en que nos tocó vivir ayuda a comprender por qué hacemos lo que hacemos y deseamos lo que deseamos.
Así, es clave saber que quienes crecimos en un entorno económico de sobre oferta de bienes como es el del cierre del siglo XX (hay más cosas para comprar que dinero para hacerlo), crecimos y vivimos deseando tener, comprar y acumular… es producto de nuestros tiempos.
También nos ha tocado vivir en lugares y momentos recuperados de una posguerra a base de máquinas de billetes que engordaron las clases medias que ya no se preocupan por sobrevivir y han entrado en una idea de “búsqueda de trascendencia”.
Con esas dos variables, el talento se convirtió en un producto masivo.
Piénsalo: pasamos de épocas donde el talento era un regalo divino en manos de muy pocos que incluso eran patrocinados para ejercerlo a momentos donde hoy nos bombardean mensajes masivos como: descubre tu talento, vive de tu talento….
Niños y jóvenes están ya estresados por saber cuál es su talento y cómo podrán vivir de él.
Pareciera que hoy vivimos una carrera frenética por encontrar cosas que el mercado llama “talento”, “propósito”, “pasión”… y no solo hay que buscarlos, encontrarlos y practicarlos, sino… hacer que nos den de comer. ¡Vaya trabajo!
¿Y si no puedo vivir de mi talento o simplemente no me da la gana encontrarle la rentabilidad?
Leí que Liz Gilbert, la autora del libro que originó mi película hiper favorita Comer, Rezar, Amar, pasó casi 20 años escribiendo antes de poder cobrar un dólar por su trabajo. Típica historia de perseverancia, estarás pensando, pero no, la historia viene por otro lado.
Liz Gilbert, teniendo solo 16 años le prometió a su talento: no tendrás que mantenerme, yo haré cualquier cosa que sea necesaria para mantenerte a ti, le dijo Liz a su talento en una carta.
Cuando escuché esta declaración en su entrevista para el podcast de Marie Forleo me explotó la cabeza. ¿Cuánta gente hay ahí afuera machacándose las ideas para conseguir que su talento se convierta sí o sí en un negocio de las anheladas 6 cifras?
Pensar en un escenario donde la rentabilidad de un talento sea por sí solo ser, estar en ti y dejarte expresarlo me genera una energía genial. ¿Y si el talento solo sirve para ser y dejarnos ser?
¿Y si para ser en nuestro talento tuviéramos que hacer o trabajar en algo más por unas horas al día para ser funcionales en un sistema capitalista y pagar las facturas ¿Valdría la pena? Yo creo que súper SÍ.
Creo en los talentos como la máxima expresión del ser humano: ese momento, actividad y energía donde sabes que eres tú… lo creo porque lo siento con relativa frecuencia. Pero también creo que cuando eso se mezcla con las exigencias de un negocio, puede salir mal.
Aprendamos a ver nuestros talentos con un ojo donde la rentabilidad no tiene signos de pesos y ahí, tal vez, fluyan más y mejor. El mundo necesita nuestros talentos, los reales, esos que fluyen cuando los liberamos de cargas y facturas ¿no crees?
IG: @dianatorres.mx