Discúlpame, estaba en una reunión. – Diana Torres

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Discúlpame, estaba en una reunión.

¿Cuántas veces has escrito esto? ¿En qué momento se convirtió en mandatorio estar a la disposición permanente de las necesidades de otros y tener que disculparse por el libre uso de tu tiempo?

Una de las muchas trampas con cara bonita del mundo digital es la renuncia a muchas libertades; la del uso del tiempo y atención es una de las que más me preocupan.

El tiempo y la atención son nuestros bienes más preciados, es de lo poco que nos queda como propio y vamos por la vida regalándoselo sin conciencia a otros: a las pantallas, a los memes, a las noticias que nos perturban, a los correos sobre lo que a otro le urge o a los videos de gatitos.

El libro Filosofía para el desánimo de José Carlos Ruíz me dejó sembradas ideas hace meses y hoy siguen floreciendo: ¿por qué regalamos lo más valioso que tenemos (nuestra atención) a aquello que es ingrato y no nos deja nada?

¿Por qué hemos normalizado que nuestro tiempo esté siempre a disposición de otros al punto de disculparnos si no pude atender una llamada porque estaba haciendo… lo que sea que estaba haciendo?

¿Por qué le hemos puesto un maquillaje bonito y medallas a un preocupante vacío de atención que se viste con etiquetas que dicen «siempre disponible» o «24/7» para referirse a un comportamiento que en realidad habla de una constante distracción y una entrega de la atención a otros?

Piénsalo: alguien que atiende el teléfono 24/7, que responde un correo al minuto o que te escucha una nota de audio en cuanto llega es el realidad una persona permanentemente distraída, una persona que no tiene el foco en nada y está siempre alerta a la espera de un nuevo requerimiento externo.

Y también piensa esto: cuando alguien espera que le atiendas 24/7 lo que en realidad espera es que seas igual de disperso y falta de foco.

No podemos normalizar el tener que disculparnos por estar concentrados, atendiendo una reunión sin interrupciones o pintándote las uñas si en eso quieres poner tu atención diez minutos.

Con lo poco que nos queda tras la entrega de la energía, la privacidad, el humor o el sueño a las pantallas, aferrémonos a conservar un poco de tiempo y atención para poner foco en nosotros, nuestras tareas y nuestras prioridades. Eso es verdadera productividad: una cosa a la vez haciéndonos responsables de cada decisión.

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