Nunca había sido tan fácil como hoy conocer gente nueva, viajar a lugares antes impensables, probar sabores de otro continente e interactuar con personas referentes en cualquier sector. El mundo está más al alcance de cada vez más gente, sin embargo, nunca nos habíamos sentido tan insatisfechos con lo que somos y tenemos.
Hoy miles de parejas se separan porque “no es lo que esperaban”, puestos de trabajo en condiciones estables son abandonados por personas que “no se sienten realizadas”, muchos se sienten solos o que no cuentan con una red de apoyo mientras tienen miles de “amigos” en redes sociales. Así las cosas en el mundo de la perfección digital.
El entorno virtual ha creado una realidad alternativa que se muestra en las pantallas y genera el manual de la vida a seguir: una familia unida digna de Facebook, una vida social a la altura de Instagram, una opinión política merecedora de retuits y un trabajo que gane estrellas en LinkedIn son los nuevos patrones a los que se aspira cada día, pero… ¿son realmente alcanzables?
La respuesta es tan simple que se vuelve una madeja: NO.
No son vidas alcanzables porque no son vidas reales, o al menos no son vidas completas reales. Desde grandes “influencers” digitales hasta usuarios comunes compartimos los mejores 15 segundos de nuestro día, el ángulo perfecto del café o el momento donde los hijos parecen de comercial pero no representan la totalidad cotidiana.
Sin embargo, cuando lo vemos en otros llegamos a creer que así es la vida y caemos en una profunda frustración por no tener vidas tan Instagram como esas que se muestran en la pantalla. Nada más peligroso para la construcción de una conciencia colectiva que la madeja de la aparente perfección digital que nos nubla la capacidad de decidir con base en realidades y circunstancias que sí tenemos.
El mundo digital ha traído una gran mentira a nuestras vidas: tú puedes tener la vida que quieres. Mentira.
En la pantalla tú puedes elegir lo que ves, lo que escuchas, con quien te relacionas o la información que recibes, el mundo real no funciona así. Y eso nos cuesta cada vez más entenderlo.
No todos podemos tener la vida que deseamos, como dice el mantra del individualismo. Tú y yo podemos aspirar, trabajar y esforzarnos por tener una vida deseable, pero el mundo real no es un algoritmo, es un permanente cambio que incluye elementos que no controlamos, no deseamos y no conocemos. Se llama vida.
Nos hemos acostumbrado tanto a “hacer match” con personas que cumplen con todos los requisitos que ponemos, a “bloquear” a todo el que opine diferente a mi o a “seguir” solo a personas y temas con los que estoy de acuerdo, que se nos ha olvidado que la vida incluye el desacuerdo, el fracaso, el error y el dolor como parte de su naturaleza.
Aspirar a una vida como la de las pantallas y creer que es posible es el primer paso a una permanente frustración con la vida real, humana y vulnerable que sí tenemos.
Dejamos de jugar con nuestros hijos por estar mirando en la pantalla un artículo sobre cómo ser buen padre. Hemos olvidado llamar a un amigo para preguntar cómo está por tener muchos contactos que atender. No visitamos más a nuestros padres porque estamos ocupados viendo documentales sobre cómo ayudar al mundo…
El mundo digital nos ha invitado a vivir afuera porque es más rentable (para algunos). Regresemos a vivir adentro con la vida, los amigos, las ideas y las personas que sí son parte de nosotros y nuestra real vulnerabilidad. Hagámoslo ahora que aún podemos tomar esa decisión.